21 jun 2010

Sobre "el futuro no es nuestro"

“Come and see, querido lector; ven y mira,
que aquí estamos de espaldas al futuro,
narrando el derrumbe.”
(DTP)


Tarea difícil la del antologador en su trabajo de selección y autorización: definir, escoger, recortar del vasto tejido de la literatura actual a los autores que le son relevantes de una manera totalmente subjetiva y argumentable. Reunir una generación a partir del corte, siempre arbitrario, de los nacidos en 10 años de acontecimientos históricos que se fueron haciendo cada vez más vertiginosos, más frecuentes, más drásticos. En ellos, la nueva generación de los ya no tan nóveles, todavía no tan consagrados.
Una línea de escritura que acaso da cuenta de una época de cambios definitivos, de visiones que se ven obligadas a deshacerse, a reformarse, a cuestionarse continuamente. Para buscar en ellas (labor casi imposible) una confluencia que pueda definir estas miradas como una línea de escritura más allá de lo cronológico, habrá que perseguir los posibles hilos: una línea ideológica, una forma de percibir el mundo, una estructura de pensamiento. Extenuados, dar al fin con el oculto cabo de lo evidente: se han acabado los manifiestos literarios, no hay solemnidad metafísica, patriótica, heroica, unívoca. Partir entonces de la propia disgregación de una generación que no es dueña del futuro, como tampoco lo serán las siguientes, ni lo fueron las anteriores; partir de esta conciencia de un encuentro arbitrario entre distintas miradas recogidas por una en particular.
Tal vez uno de los gestos más claros en esta generación sea precisamente esa ausencia de solemnidad, de fe en lo nuevo, en lo original, en lo único. Tal vez de ahí ese cambio de urgencia en cuanto a lo que a la sorpresa se refiere. No hay vuelta de tuerca, no hay trasgresión, no hay futuro que nos pertenezca.
El gesto en relación a lo anterior es claro: la hoja de afeitar deja de ser un arma, un dispositivo oculto, un instrumento de tortura: sirve precisamente para eso: para afeitar. Liberar entonces el lenguaje de todo peinado, de toda textura pubescente, de todo mecanismo obligatorio y devolverlo al sentido mismo de contar: describir un instante, un deseo, una acción concreta. Así sucede pues en el cuento de Lina Meruane, de un erotismo siempre latente en la caricia de la hoja y la picazón posterior, en el dedo de la madre superiora y los de las adolescentes de mirada lasciva. La misma hoja de afeitar en el deseo del personaje de “Camas Gemelas” de Giovana Rivero se hace objeto erótico de magnitud distinta, cobra sentido desde su ausencia cuando Gio levanta los brazos con las axilas peludas en procura de un alivio al encierro, a las pastillas, una gillete apenas para salvarse la vida. 
No hay en este uso destreza afectada ni peligro en particular, el personaje, antes protagonista heroico, ahora es casi totalmente pasivo: el héroe es el otro que se acerca, que invade, el otro que es observado a través de distintos filtros, distintos camuflajes. “Sin luz artificial” nos muestra así a una mujer silenciosa, reservada, absolutamente sometida a los deseos de su marido mientras mira a través del vidrio las aventuras de un absoluto opuesto: un macho que luce la melena y las canas al viento. Desde la ventana, desde el margen, desde lejos: así es como viven las cosas “Los curiosos” que ven sacar a los muertos del río en el cuento de Juan Gabriel Vásquez, así reconstruye la vida de su padre Zlatica Didic en “Amor que otro puerto esperas” así en “Hipotéticamente” vive Pierre la pelea entre sus vecinos; a partir de la grabadora, de la mirilla, de la ranura que les permite observar, desear, acabar con la vida del otro que será siempre desconocido. Cierto placer oculto hay en esa observación pasiva que es también marca de la generación que la adopta. El espía, el silencioso, es también el que desea, el voyeur. El caso extremo será sin duda “Rapiña”  donde un búho observa junto a un hombre la violación de una adolescente, inmóvil a pesar de su fuerza física.
Un erotismo que parte de este escondrijo y deja de ser sólo observación, pues donde hay una historia alguien actúa, ejerce, seduce. El observador es observado y el otro muestra las garras, camino inverso recorrido por la adolescente de “Arbol Genealógico” que literalmente acosa a su padre divorciado hasta conseguir su cometido. Lo mismo sucede con las adolescentes del  ya citado “hojas de afeitar” y las de “un desierto lleno de agua” de Santiago Rocangliolo. El problema sexual de la seducción ya no está en lo develado, en lo expuesto, en la moral del verdugo y la víctima, sino en el significado mismo del acto que transgrede sin desgarrar, como jugando, sin culpa, sin condena, sin anonimato. El erotismo entonces también se reformula: no son prohibidos ni culposos el incesto, la desfloración, el adulterio, sino todo lo contrario: en “pseudoefedrina” vemos la traición más grande y más placentera es precisamente al intento de infidelidad.
Así, un héroe que no hiere, que no arrebata, que no atraviesa, no protagoniza tampoco grandes momentos históricos, la épica de los encuentros definitivos, ni aún las anécdotas ocurrentes, sino los detalles que las evitan o las conforman: en “espinazo de pez” una frase desarma todo un plan de vida, en “huracán” tiene más peso una cortina de lluvia que un indirecto asesinato, en “un desierto lleno de agua” pesa menos un intento de violación que una respuesta impulsiva en plena luz del día, a merced de las acelgas y los mangos.

Lo social, lo más profundamente político en esta narrativa, será visto también a través del detalle particular, de lo aparentemente irrelevante. Acaso lo terrible en la visión de lo nacional en Latinoamérica haya superado todo patriotismo cívico para instalarse en los casos aislados, íntimos, como “una historia cualquiera”, relato guatemalteco que recuerda a Clarice Lispector en su simplicidad argumental, en su sincera mirada sin filtros hacia lo que pasa desapercibido; mirada que comparte desde su sentido más alegórico la historia de un joven revolucionario descubierto por un policía matando un perro negro, una breve tregua, casi un encuentro que termina destrozándose por completo. No es casual la fecha que le da el título al cuento: “Lima, Perú, 28 de julio de 1979”. Los gestos pues, las particularidades nos remitirán a otros estratos, a otras significaciones que emergen de un lenguaje alejado de lo efectista, de una historia aparentemente clara, evidente: tal el caso de la historia de “Náufraga en Naxos”, que pone a una dealer enamorada en las sandalias de la Ariadna del ovillo y la espera, la que salva y luego es abandonada por su Teseo. Algo del juego de la alusión se hace evidente entonces en  historias como esta, junto a “En la estepa” de Smanta Schweblin, donde una pareja con problemas de fertilidad intenta cazar un bestia indescriptible y “Sun Woo” de Oliverio Coelho, una historia de erotismo voraz que encierra en una anécdota conocida, casi un mito urbano, los pequeños y terribles gestos de las relaciones de poder en cualquier relación amorosa.
Finalmente aparecen, sin dejar de lado los anteriores gestos, los cuentos juguete. Un juguete que ya no es un puzle, no una caja china ni de Pandora. En “Variación sobre temas Murakami y Tsao Hsueh-Kin” el lector se ve obligado a repetir la historia ahondando en sus aristas, historia que se cierra sobre sí misma para huir corriendo lejos de un final esperado. Otro tipo de juego será el de “Sopa de Pollo” otro cuento circular y en fuga, en el que Ignacio Alcuri, en esa veta del humor uruguayo, crea una verosimilitud basada exclusivamente en una parodia del exceso, de la farsa, elementos del triller berreta mezclados con Alfred Hitchcock, burlándose para de esta manera trucar una ciencia ficción que “está más muerta que la madre de Ray Bradbury”.

El juego será, tal vez, el gesto más evidente en la literatura de la generación encerrada en estos diez años escogidos por Diego Trelles Paz. Juego que ha sido desde siempre uno de los sentidos más básicos de la literatura y ahora es adoptado desde una generación que dice las cosas por su nombre, que se arriesga a contar historias honestas, a mirarlas desde la mirilla de una década , desnudas, sin falsos pudores ni excesivos halagos, dejando hablar a sus silencios para mostrar las más profundas heridas, que no son a gillete, ni a bala, sino apenas rasguños de experiencias pequeñas, íntimas, migajas de un pasado que se descascara, que ellas descubren y describen desde un presente cuyo futuro nadie tiene comprado; un futuro que, afortunadamente, está lejos de ser su legado o su parcela.

(publicado en diversos artículos de prensa, texto de presentación del libro en La Paz)

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