“Come and see, querido lector; ven y mira,
que aquí estamos de espaldas al futuro,
narrando el derrumbe.”
(DTP)
Tarea difícil la del antologador en su trabajo de selección y autorización: definir, escoger, recortar del vasto tejido de la literatura actual a los autores que le son relevantes de una manera totalmente subjetiva y argumentable. Reunir una generación a partir del corte, siempre arbitrario, de los nacidos en 10 años de acontecimientos históricos que se fueron haciendo cada vez más vertiginosos, más frecuentes, más drásticos. En ellos, la nueva generación de los ya no tan nóveles, todavía no tan consagrados.

Tal vez uno de los gestos más claros en esta generación sea precisamente esa ausencia de solemnidad, de fe en lo nuevo, en lo original, en lo único. Tal vez de ahí ese cambio de urgencia en cuanto a lo que a la sorpresa se refiere. No hay vuelta de tuerca, no hay trasgresión, no hay futuro que nos pertenezca.
El gesto en relación a lo anterior es claro: la hoja de afeitar deja de ser un arma, un dispositivo oculto, un instrumento de tortura: sirve precisamente para eso: para afeitar. Liberar entonces el lenguaje de todo peinado, de toda textura pubescente, de todo mecanismo obligatorio y devolverlo al sentido mismo de contar: describir un instante, un deseo, una acción concreta. Así sucede pues en el cuento de Lina Meruane, de un erotismo siempre latente en la caricia de la hoja y la picazón posterior, en el dedo de la madre superiora y los de las adolescentes de mirada lasciva. La misma hoja de afeitar en el deseo del personaje de “Camas Gemelas” de Giovana Rivero se hace objeto erótico de magnitud distinta, cobra sentido desde su ausencia cuando Gio levanta los brazos con las axilas peludas en procura de un alivio al encierro, a las pastillas, una gillete apenas para salvarse la vida.

Un erotismo que parte de este escondrijo y deja de ser sólo observación, pues donde hay una historia alguien actúa, ejerce, seduce. El observador es observado y el otro muestra las garras, camino inverso recorrido por la adolescente de “Arbol Genealógico” que literalmente acosa a su padre divorciado hasta conseguir su cometido. Lo mismo sucede con las adolescentes del ya citado “hojas de afeitar” y las de “un desierto lleno de agua” de Santiago Rocangliolo. El problema sexual de la seducción ya no está en lo develado, en lo expuesto, en la moral del verdugo y la víctima, sino en el significado mismo del acto que transgrede sin desgarrar, como jugando, sin culpa, sin condena, sin anonimato. El erotismo entonces también se reformula: no son prohibidos ni culposos el incesto, la desfloración, el adulterio, sino todo lo contrario: en “pseudoefedrina” vemos la traición más grande y más placentera es precisamente al intento de infidelidad.
Así, un héroe que no hiere, que no arrebata, que no atraviesa, no protagoniza tampoco grandes momentos históricos, la épica de los encuentros definitivos, ni aún las anécdotas ocurrentes, sino los detalles que las evitan o las conforman: en “espinazo de pez” una frase desarma todo un plan de vida, en “huracán” tiene más peso una cortina de lluvia que un indirecto asesinato, en “un desierto lleno de agua” pesa menos un intento de violación que una respuesta impulsiva en plena luz del día, a merced de las acelgas y los mangos.
Lo social, lo más profundamente político en esta narrativa, será visto también a través del detalle particular, de lo aparentemente irrelevante. Acaso lo terrible en la visión de lo nacional en Latinoamérica haya superado todo patriotismo cívico para instalarse en los casos aislados, íntimos, como “una historia cualquiera”, relato guatemalteco que recuerda a Clarice Lispector en su simplicidad argumental, en su sincera mirada sin filtros hacia lo que pasa desapercibido; mirada que comparte desde su sentido más alegórico la historia de un joven revolucionario descubierto por un policía matando un perro negro, una breve tregua, casi un encuentro que termina destrozándose por completo. No es casual la fecha que le da el título al cuento: “Lima, Perú, 28 de julio de 1979”. Los gestos pues, las particularidades nos remitirán a otros estratos, a otras significaciones que emergen de un lenguaje alejado de lo efectista, de una historia aparentemente clara, evidente: tal el caso de la historia de “Náufraga en Naxos”, que pone a una dealer enamorada en las sandalias de la Ariadna del ovillo y la espera, la que salva y luego es abandonada por su Teseo. Algo del juego de la alusión se hace evidente entonces en historias como esta, junto a “En la estepa” de Smanta Schweblin, donde una pareja con problemas de fertilidad intenta cazar un bestia indescriptible y “Sun Woo” de Oliverio Coelho, una historia de erotismo voraz que encierra en una anécdota conocida, casi un mito urbano, los pequeños y terribles gestos de las relaciones de poder en cualquier relación amorosa.

El juego será, tal vez, el gesto más evidente en la literatura de la generación encerrada en estos diez años escogidos por Diego Trelles Paz. Juego que ha sido desde siempre uno de los sentidos más básicos de la literatura y ahora es adoptado desde una generación que dice las cosas por su nombre, que se arriesga a contar historias honestas, a mirarlas desde la mirilla de una década , desnudas, sin falsos pudores ni excesivos halagos, dejando hablar a sus silencios para mostrar las más profundas heridas, que no son a gillete, ni a bala, sino apenas rasguños de experiencias pequeñas, íntimas, migajas de un pasado que se descascara, que ellas descubren y describen desde un presente cuyo futuro nadie tiene comprado; un futuro que, afortunadamente, está lejos de ser su legado o su parcela.
(publicado en diversos artículos de prensa, texto de presentación del libro en La Paz)
(publicado en diversos artículos de prensa, texto de presentación del libro en La Paz)
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