18 nov 2016

Viejo Calavera: una experiencia cinematográfica

Viejo Calavera es una película realizada por la productora Socavón Cine.  El director, Kiro Russo, el guionista Gilmar Gonzáles y la brillante fotografía de Pablo Paniagua han cosechado, a diciembre del año de su estreno (2016) ocho premios internacionales, entre los que se encuentran una Mención Especial del Jurado de la 69 versión del Festival de Cine de Locarno y otra en el Premio Cooperación Española en la sección Horizontes Latinos del 64 (Festival Internacional de San Sebastián, España). Esta prolífica y merecida cosecha, ha generado diversas posturas y opiniones, removiendo las aguas del cine boliviano, que llevaba mucho tiempo con poco que decir. Llama la atención que, además, se trata de la ópera prima de una nueva generación de creadores, se pinta como un buen augurio para los años que comienzan.

Filmada en Huanuni, Oruro y Coroico, Viejo Calavera narra la historia de un adolescente y el cambio radical que sufre su vida. Elder vive a la deriva entre el alcohol, las drogas y la soledad. En el momento de empezar la película se detiene la música, el ruido de la ciudad. Borracho, entumecido, el muchacho viaja del neón extremo al lado oscuro de Huanuni, donde lo espera desconsolada su abuela, para velar a su padre, que acaba de morir. A partir de ese momento, Elder tendrá que trabajar, hacerse cargo de sí mismo, convivir con el profundo misterio de la mina, de la ambigua historia de la muerte de su padre que todos lamentan pero nadie cuestiona, el misterio de sí mismo en un lugar que le es extraño. Presenciamos el momento de la difícil transición del Viejo Calavera en un mundo de desconfianza, de confusión, de oscuridad completa. Aterido y aterrado en un lugar desolador, Elder no entiende y no perdona, busca destruir aquello que lo atormenta, develar la mentira que todos parecen conocer pero nadie logra vislumbrar. A través de un viaje hacia el otro extremo del paisaje y de la vida, Elder toma una decisión. 

 


El discurso 

La crítica acerca de Viejo Calavera es profusa y diversa: Desde una categorización de la ética en el cine en relación al ser y el parecer hasta una relectura de Hamlet en Huanuni. Aparentemente, el discurso que rodea a la película y su elaboración es marginal al resultado. Sin embargo, creo que es importante tomar en cuenta algunos puntos de partida que pueden explicar, en última instancia, las escasas pero definitivas falencias en la película a nivel estructural. 

Una de las primeras características que se resalta de la obra es que este largometraje es el primero en relatar una ficción acerca del mundo minero. Al mismo tiempo, Russo destaca que "Nunca hubo la intención de hablar en nombre de ninguna comunidad ni mucho menos en nombre de los mineros. Ésta es una película acerca de cosas de la vida, del duelo, la madurez, el trabajo, los amigos, los viajes y el alcohol…”.

Como se explicará más adelante, estas dos intenciones no son necesariamente contradictorias; sin embargo, a lo largo del filme este conflicto de prioridades se va intensificando al punto en que la aparente ambigüedad puede tornarse en confusión. 

Empecemos por la segunda afirmación: ¿Es realmente Viejo Calavera una película acerca de cosas de la vida, el trabajo, los amigos, el alcohol? Evidentemente. Frente a un cine agotado en su intención política, maniquea y desgastada, plantear una ficción refresca el tema de los mineros y lo presenta de una manera “digerible” por decir lo menos. Se abandona al fin el lastimero tono testimonial en el que el público es casi forzado a tomar una posición radical. Sin embargo, el riesgo, que al parecer termina haciéndose patente, es la ausencia de personaje al punto de caer en el estereotipo: contra el psicologismo exacerbado de otro tipo de ficciones, tenemos personajes que actúan sólo al nivel del pensamiento, pero es un pensamiento que no escuchamos, una subjetividad tan oculta, que, si bien incita al espectador a descifrarla, ofrece posibilidades infinitas. Esto repercute en que, si bien no hay incoherencias escandalosas, la causalidad de las acciones deja muchos cabos sueltos y muchas preguntas alrededor. 

Pongo como ejemplo la escena final. Conversando y, sobre todo, leyendo críticas alrededor de la película, muchos afirman que trata sobre el perdón (cómo Elder madura y  logra perdonar a su tío), otros sobre la venganza (el joven anida el plan de un asesinato), y unos cuantos la describen como una historia de resignación y desolación absoluta (no puede perdonar al tío, pero depende de él). En algo coinciden todos: la escena final cambia al personaje, le da una profundidad hasta entonces inimaginable, consigue un giro en toda la trama. ¿Cómo lo sabemos? La música barroca que aparece por única vez, inunda la escena en que Elder abriga a su tío en un camión de destino incierto ¿Punto a favor o en contra? Decisiones a medias, a mi parecer, resueltas con elegancia, pero que terminan, en última instancia, evidenciando carencias narrativas. 


Volvamos entonces a la primera afirmación: ¿Se trata realmente de una ficción acerca del mundo minero? Es, sin duda, un alivio la desaparición de (casi) todos los fervores rancios que rodean a la figura del minero, una película donde el Tío es invisible, donde las historias populares desaparecen, donde lo “tradicional” y lo “folclórico” no son importantes a nivel de un relato que escapa de lo pintoresco. Pero… desde la otra esquina, como bien lo menciona Mauricio Souza, nos mira Hamlet y, si se me permite decirlo, se asoma el Rey León. Lo vemos en el desconcierto de Elder huérfano, en su aparente locura, en los vanos intentos que tiene el resto por salvarlo y, por supuesto, en la épica escena en que el tío lo ve caer por el abismo sin decir nada, para luego llamar al resto de los mineros y ayudarlo. En ese sentido ¿Qué hace que esta historia sea sobre el mundo minero? ¿No podría suceder en cualquier otro tiempo o espacio? ¿Es realmente un reflejo de este mundo y este imaginario en específico? A nivel diegético, parece que no exclusivamente. Sin embargo, esto no le resta valor a la película en sí misma (pensada como obra de arte y no como producto político), porque es precisamente cuando abandonamos la trama, con sus falencias y maravillas, que podemos sumergirnos en lo que hace de esta película un hito en la historia de nuestro cine: la imagen, el sonido, la acción.

Filmar la oscuridad

Es  a partir del lenguaje puramente cinematográfico, del manejo de la luz, de la gestualidad, del sonido, que esta película parece despuntar desde toda su herencia y posicionarse como una obra contemporánea y de una solidez técnica conmovedora. La intención, lo dicen repetidamente los autores, es poder filmar la oscuridad, haciendo visible precisamente esa ausencia de visibilidad.

La película cumple a cabalidad la idea que nos plantea Artaud de la obra escénica:  “una concepción de la vida apasionada y convulsiva, y es en este sentido de rigor violento y condensación extrema de elementos que debe entenderse la crueldad en la cual están basados” (El teatro de la crueldad, 1968). 

La obra entonces, escapa a su mera funcionalidad de transmisora de la fábula y se convierte en un disparador de situaciones complejas y vivenciales, crueles en su sentido orgánico, más allá de toda intención moralizante, didáctica o de entretenimiento. 

En su reseña de la película, Marisol Aguila cuenta que “El reto de hacer una película casi sin iluminación dio a Paniagua la libertad de un pintor que, en vez de llenar con color un lienzo en blanco, debía sacar de un fondo negro (la oscuridad de la mina) algo que se viera, según él mismo comentó”, y es precisamente este juego el que nos acerca a lo más visceral de la realidad minera.

La oscuridad permea todos los elementos en Huanuni: todo sucede al anochecer o de madrugada, y la mina es una negrura cerrada, cortada por la presencia de los personajes y sus acciones, el ser humano extraviado en un universo inconmensurable y cada vez más profundo, como lo sugiere la célebre toma en que el casco de un minero va iluminando (y dando existencia en la pantalla) a un túnel que parece no terminar nunca.  

En contraste, la limpidez de la selva a donde deciden viajar de vacaciones, el calor, el agua, el juego, la risa de estos personajes a la vez melancólicos y esperanzados, que salen de la mina, pero la llevan con ellos. “Me interesa”, sigue Russo, “mucho más llevar al espectador a un estado de contemplación que de enajenación. Es importante que, partiendo de la contemplación, podamos evocar y reflexionar.”


Los personajes hablan poco  y a medias, los rostros son casi impenetrables, las acciones son tajantes y definitivas. Es por eso que el rigor actoral que ha sido reclamado por algunos críticos no afecta a la obra como tal. No se está buscando una ficción pura y enajenada, y es tal vez, una de las cosas más difíciles de aceptar en esta película, y el elemento que reconcilia las dos intenciones de ser y no ser (al mismo tiempo) un reflejo ficcional de lo minero: no es un retrato de la realidad minera ni una historia independiente de la realidad, sino un híbrido que, a la manera de Brecht, está constantemente jugando con sus propios límites. 

Otro elemento que es predominante es el contraste de la música de la ciudad y sus luces, la discoteca, lo sintetizado frente al diseño sonoro de la mina y la selva. Las máquinas y su sonido avasallador, la noche y sus habitantes invisibles, una recua de llamas y la marea de sus ronquidos sordos, el llanto de las ranas al arder en un incendio, son sonidos que de tan naturales nos son ajenos, nos deslumbran, nos sobrecogen y nos hacen entender la vivencia de los personajes desde otro lugar de los sentidos. Es por eso que la música del final rompe con todo el silencio previo y nos lleva inevitablemente al acceso a una subjetividad que, de tan negada, parecía ausente en la mayor parte de la película. 

Imagen, sonido y acción nos llevan a entender (si es que de entender se trata) una experiencia a la vez familiar y desconocida, poniéndonos en un plano de percepción que se suma a nuestra manera de comprender el mundo y recibirlo, sentido primero (y tal vez único) de toda obra obra de arte. 

Viejo Calavera utiliza y aprovecha todos sus lenguajes para dar un mensaje que, si bien mantiene una postura moral muy clara, no tiene en sí fines didácticos explícitos. Estéticamente transmite una intención auténtica y un amor por los detalles que transluce la presencia de artistas comprometidos con su trabajo y enamorados del género y del oficio que los ocupa. Sin duda, dará todavía mucho de qué hablar, y es una obra indispensable para los amantes y curiosos del cine nacional y latinoamericano de este tiempo. 

(Publicado en "SOCAVONES, texto sobre la obra /2008-2016)


14 abr 2016

Spoiler Alert: El caballero oscuro vs el hombre de acero

"Puedes morir como un héroe o vivir lo suficiente
para verte convertido en un villano"
Harvey Dent

Mucho se ha hablado de los superhéroes y su protagonismo como reflejo de la sociedad y sus deseos, sus miedos, sus ideales, sus valores. En el caso de los que nos ocupan, evidentemente hablamos de una sociedad neoliberal y capitalista.
Umberto Eco, en Apocalípticos e Integrados, nos plantea la presencia de Superman como un héroe mítico, en la medida en que, siendo parte del tiempo, de la causalidad, de lo vulnerable, a través de lo iterativo (lo episódico, si se quiere) logra seguir siendo un ser eterno e invencible, un ícono con el cual el hombre mediocre y promedio puede imaginar que algún día de él emergerá el superhéroe.
Para Zizek, que analiza la última trilogía de Batman, dirigida por Chritopher Nolan, la presencia de ciertas situaciones, (La dictadura del proletariado en Ciudad Gótica, titula el artículo) muestra el paso del respeto a la ley (aun en secreto), al cuestionamiento de sus excesos, para finalmente plantear abiertamente una revolución. Sin embargo, en esta última, el desborde de la violencia, la venganza y el descontrol la dibujan como una catástrofe. En última instancia, el revolucionario (que no es Batman, sino el villano, Bane) termina siendo eliminado para restituir la justicia.
Pero, ¿qué pasa cuando esta sociedad neoliberal y capitalista se autodeclara globalizada y además posmoderna? Sucede (en la versión de Frank Miller) la muerte de Superman. Suceden, en el mercado más álgido del consumo, películas como esta.
Batman v Superman: Dawn of Justice, desde la visión de Zack Snyder, corre el 2016. Tenemos a nuestros dos héroes arquetípicos, hombres fuertes, heterosexuales, musculosos, sensibles, patriotas, aunque no necesariamente amparados por la ley.
En esta esquina (la metropolitana), encarnando al sueño americano, tenemos al extraterrestre, venido desde Kriptón y adoptado por un granjero de Kansas, Superman. En sus ratos de ocio es Clark Kent, periodista de clase media que vive con la mujer de su vida y pronto le pedirá matrimonio. Mantiene el sueño de la familia feliz de los años 40’ y garantiza que el capitalismo estará a salvo de cualquier amenaza externa.


En esta otra (la gótica) tenemos al caballero oscuro, defensor de la propiedad privada. Ha perdido toda esperanza: sus padres han muerto asesinados por ladrones, dejándole apenas la fortuna, el mayordomo y el linaje de la dinastía Wayne. Tiene serios problemas sociales y, si bien las mujeres abundan, el amor le ha sido negado por un destino más triste. Batman lucha por salvar a la ciudad que, si bien está corrompida (incluyéndolo a él),  funciona mejor así que bajo el honesto y terrible caos que proponen Bane, el Guasón y Gatúbela.
El primer rasgo de (pos)modernidad nace precisamente en estos dos superhéroes cuya intersección parecía hasta ahora imposible. Ya no hay que salvar a Gótica o a Metrópolis, el problema es mundial. De pronto, Superman, al actuar como un ser humano (y salvar a su futura esposa) de unos presuntos terroristas, se revela como la amenaza que siempre ha sido: un alien, un extranjero. Es ahí donde comienza el conflicto: nadie puede actuar como ser humano sin serlo. Y si pretende que así sea, entonces tendrá que morir, puesto que, a estas alturas de la historia, esa es la única condición universalmente humana. En tal caso, no queda otra que la retirada (volviendo a Eco: un mito con fecha de caducidad, deja de ser un mito), ni cómo ser superhéroe en tiempos de reciclaje.


Vayamos por Batman, el humano. Hasta esta película, este héroe ha tenido como meta principal el respeto a la vida. Ese es precisamente el argumento que usa frente a Superman, quien aparenta indiferencia ante sendos genocidios a favor del orden mundial. Sin embargo, el caballero oscuro, para alcanzar al extranjero no escatima en sacrificios, haciendo de la persecución una contradicción inexplicable (“paradoja”, dirán los bienintencionados). Para vencerlo, necesitará además hacerlo vulnerable, por lo que decide robar la kriptonita. Su último sentido de héroe se derrumba: elimina a los guardianes e invade la propiedad privada, la vulnera en procura de asesinar a un asesino y salvar a las multitudes que podría asesinar por salvar a otros (¿Los “Otros”?). Todo principio se puede sacrificar por el bien común, rezan los superhéroes. Pero, en este preciso momento ¿el bien común de quién?
Finalmente, gracias al omnipotente complejo de Edipo más fuerte que toda vocación y que toda ética (otro síntoma de las generaciones actuales);  estos dos machitos  terminan aliándose en contra de el monstruo más grande, más poderoso, y más extraterrestre (pariente de Superman) que se haya podido imaginar en el patio de un kindergarten.
¿El villano? un niñato con cierto poder político que no tiene astucia, no tiene otra moral que la paranoia, delega las cosas sin mucho tino, y básicamente, por ambición, desata algo que acaba fuera de sus manos (¿les suena?).

Hasta aquí, nuestros dos superhéroes han perdido todo lo que le daba sentido a su heroicidad. Deus es Machina: Aparecen las chicas para salvar el día. El problema es que aparecen para eso, pero tampoco lo logran. Una raya más al tigre de los años que corren: dos mujeres protagónicas que no hacen nada relevante. 

La mujer maravilla, básicamente, se para al lado de Batman para darle apoyo moral mientras intenta acabar con el villano. Como Superman, ella es vulnerable ante el poder de su paisano el monstruo irreductible, así que (restando su desopilante armadura) cuenta con recursos limitados. Batman está herido y ocupado. La mejor (y la única) postora para ayudarlos ahora es Louis Lane. A ella no le afecta la Kriptonita, no tiene que distraer a ningún villano, y sabe donde está escondida el arma.

El gesto final de este personaje podría ser un postulado delicioso para ciertos sectores de los movimientos feministas actuales. La reportera, que hasta ahora se ha mostrado valiente e implacable, se sumerge en las aguas de lo desconocido, recoge el arma para acabar con el monstruoso alien, tiene todo a su favor… y de pronto mira el arma y en el momento más crítico la arroja lejos de sí, por amor. Quiere besar a Superman, como cualquier chica que merezca ese nombre allá por 1934.

Todas estas vueltas tienen una finalidad muy clara. Habrá una secuela: Louis tendrá el rol de esposa, la mujer maravilla sigue siendo una maravilla que no puede superar al Héroe de fuerza y virilidad sobrehumanas, Batman es el empresario altruista que garantizará el futuro. Como en las primeras de James Bond, el que muere primero es el negro, el extranjero, el otro. Su heroicidad radica, precisamente, en matar a sus iguales y sacrificarse él mismo para mantener el orden de lo “humano”, lo que sea que esto signifique a estas alturas de lo simbólico.
Superman fue, en los años cuarenta, el inspirador de la milicia que luego iría a la segunda guerra mundial. Hoy, la milicia es precisamente una legión de extranjeros bregando por el espejismo del sueño americano, yendo a ganarse el arraigo a costa de enfrentar a otros extranjeros. Acaso la sociedad que soñamos, tememos, añoramos, se parezca cada vez más a la aniquilación. Habrá fanfarria, cañones, banderas con estrellitas. Todo en su lugar.

(Publicado en la revista Piedra de Agua, Nº15)