
Algo determinante en esta obra es la austeridad, que mucho dista de la pobreza. Los escenarios, los gestos, los recursos visuales y argumentales serán los indispensables, los necesarios, sin dejar de tomar las digresiones como una necesidad que se sostiene por la convención de lo verosímil por sobre lo realista: antes que el retrato, está el juego donde la realidad es un acuerdo entre película y espectador; como lo evidencia la presencia accesoria, aparentemente prescindible y caricaturesca del guardia encargado, entre otras cosas, de evidenciar los auspiciadores de la película.
Lo que en un momento parece intrascendente se torna definitivo: una botella de gaseosa se convierte en artículo de supervivencia, en arma, en copa de brindis, en baño. El Ascensor, sin subestimar al público, se da el lujo en pleno 2009 de rescatar lo teatral del objeto como instrumento: efectos de edición, objetos, vestuario mínimo, se usan como lo que son: accesorios. Y es que, como dirá Benjamin hablando del cine en sus iluminaciones, “si el actor se convierte en accesorio, no es raro que el accesorio desempeñe por su lado la función del actor”; algo que El Ascensor logra superar con creces. De ahí que, acostumbrados a un cine de efectos cada vez más elaborados, nos enfrentemos a las imágenes en 3D evidentemente artificiales, a las que cualquier videojuego podría superar; y sin embargo, la sala estalla en carcajadas ante las inesperadas fantasías en las que los personajes flotan, ven estrellas, vuelan en medio de papas fritas.
El adjetivo “de acción” se establece y cambia de sentido al ver la película. Como Bascopé enfatiza en varias entrevistas, se trata de un cine que en un inicio pretende ser “de batalla” en el que el actor tiene el protagonismo por sobre el entorno que determina su (re)acción.
Lo principal en la actuación será entonces el drama humano que se desteje en relaciones en un principio imposibles, obligatorias por tiempo y espacio, en que cada personaje, sin caer en el estereotipo, revela además aristas de lo que significa ser boliviano en el contexto actual.

La intriga, lo boliviano, lo universalmente humano, permitirán al espectador compartir la intimidad de un ascensor durante una hora y media sostenidos por el humor, la intriga y el ritmo de las circunstancias azarosas, sin dejar de conmoverse. Sin duda, El Ascensor inaugura otra concepción de hacer cine en Bolivia, que, con todas sus limitaciones y potencialidades, todavía dará mucho de qué hablar.
(publicado en cinemascine.net)
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