21 jun 2010

Acerca de "El Ascensor"

A sus 23 años, Tomás Bascopé emprende junto a BolAr la filmación de su primera película como una manera de continuar  un aprendizaje. Dice el director: “esta película es mi escuela,  me considero un alumno que no quiere pagar profesores”. Para los curiosos y los desprevenidos,  El Ascensor se anuncia como una película de acción en la que  un empresario cruceño corrupto y exitoso es interceptado por dos asaltantes: un tímido camba cuarentón aparentemente “decente” y un ladrón colla de medio pelo, agresivo, descontrolado. Los tres quedan atrapados en un ascensor. Poco a poco, cautivado por una creciente intriga en la que cada vez los recursos se van limitando, el público se enfrenta a una historia que, sin evitarlo ni temerlo, va mucho más allá de lo anecdótico o lo entretenido: una película que muestra lo humano y lo boliviano  a partir de una desnudez literal y subjetiva.

Algo  determinante en esta obra es la austeridad, que mucho dista de la pobreza. Los escenarios, los gestos, los recursos visuales y argumentales serán los indispensables, los necesarios, sin dejar de tomar las digresiones como una necesidad que se sostiene por la convención de lo verosímil por sobre lo realista: antes que el retrato, está el juego donde la realidad es un acuerdo entre película y espectador;  como lo evidencia la presencia accesoria, aparentemente prescindible y caricaturesca del guardia encargado, entre otras cosas, de evidenciar los auspiciadores de la película.
Lo que en un momento parece intrascendente se torna definitivo: una botella de gaseosa se convierte en artículo de supervivencia, en arma, en copa de brindis, en baño. El Ascensor, sin subestimar al público, se da el lujo en pleno 2009 de rescatar lo teatral del objeto como instrumento: efectos de edición, objetos, vestuario mínimo, se usan como lo que son: accesorios. Y es que, como dirá Benjamin hablando del cine en sus iluminaciones, “si el actor se convierte en accesorio, no es raro que el accesorio desempeñe por su lado la función del actor”; algo que El Ascensor  logra superar con creces. De ahí que, acostumbrados a un cine de efectos cada vez más elaborados, nos enfrentemos a las imágenes en 3D evidentemente artificiales, a las que cualquier videojuego podría superar; y sin embargo, la sala estalla en carcajadas ante las inesperadas  fantasías en las que los personajes flotan, ven estrellas, vuelan en medio de papas fritas.


El adjetivo “de acción” se establece y cambia de sentido al ver la película. Como Bascopé enfatiza en varias entrevistas, se trata de un cine que en un inicio pretende ser “de batalla” en el que el actor tiene el protagonismo por sobre el entorno que determina su (re)acción.
Lo principal en la actuación será entonces el drama humano que se desteje en relaciones en un principio imposibles, obligatorias por tiempo y espacio, en que cada personaje, sin caer en el estereotipo, revela además aristas de lo que significa ser boliviano en el contexto actual.
Las relaciones de jerarquía se demuestran frágiles, aleatorias y extremas: quien tiene el poder lo usa para vengarse, para sacar provecho, para establecerse momentáneamente superior a los otros. Se trata, en palabras del actor Alejandro Molina de “tener el poder y perderlo todo el tiempo”, un poder que, al estar presente de distintas maneras en tres personajes que comparten en igualdad de condiciones un contexto y tiempo muy específicos (el ascensor, los tres días de carnaval), amaga cualquier juicio absoluto acerca del sector social representado por cada personaje. En medio de las relaciones de poder, un striptease propiciado por el calor y el cautiverio, nos muestra a personas engañadas que no paran de mentir, asaltantes saqueados, hombres que tratan de escalar al mismo tiempo en el paradigma del crimen y en el de la moral, descubriéndose, en ambos, insuficientes. 
La intriga, lo boliviano, lo universalmente humano, permitirán al espectador compartir la intimidad de un ascensor durante una hora y media sostenidos por el humor, la intriga y el ritmo de las circunstancias azarosas, sin dejar de conmoverse. Sin duda, El Ascensor inaugura otra concepción de hacer cine en Bolivia, que, con todas sus limitaciones y potencialidades, todavía dará mucho de qué hablar.
(publicado en cinemascine.net)

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