"Puedes morir como un héroe o vivir lo
suficiente
para verte convertido en un villano"
Harvey Dent
Mucho se ha hablado de los superhéroes y su
protagonismo como reflejo de la sociedad y sus deseos, sus miedos, sus ideales,
sus valores. En el caso de los que nos ocupan, evidentemente hablamos de una
sociedad neoliberal y capitalista.
Umberto Eco, en Apocalípticos e Integrados, nos plantea la presencia de Superman
como un héroe mítico, en la medida en que, siendo parte del tiempo, de la
causalidad, de lo vulnerable, a través de lo iterativo (lo episódico, si se
quiere) logra seguir siendo un ser eterno e invencible, un ícono con el cual el
hombre mediocre y promedio puede imaginar que algún día de él emergerá el
superhéroe.
Para Zizek, que analiza la última trilogía de
Batman, dirigida por Chritopher Nolan, la presencia de ciertas situaciones, (La dictadura del proletariado en Ciudad Gótica, titula el artículo) muestra el paso del respeto a la ley (aun en
secreto), al cuestionamiento de sus excesos, para finalmente plantear
abiertamente una revolución. Sin embargo, en esta última, el desborde de la
violencia, la venganza y el descontrol la dibujan como una catástrofe. En
última instancia, el revolucionario (que no es Batman, sino el villano, Bane)
termina siendo eliminado para restituir la justicia.
Pero, ¿qué pasa cuando esta sociedad
neoliberal y capitalista se autodeclara globalizada y además posmoderna? Sucede
(en la versión de Frank Miller) la muerte de Superman. Suceden, en el mercado
más álgido del consumo, películas como esta.
Batman v Superman: Dawn of Justice, desde la visión de Zack Snyder, corre el 2016. Tenemos a
nuestros dos héroes arquetípicos, hombres fuertes, heterosexuales, musculosos,
sensibles, patriotas, aunque no necesariamente amparados por la ley.
En esta esquina (la metropolitana),
encarnando al sueño americano, tenemos al extraterrestre, venido desde Kriptón
y adoptado por un granjero de Kansas, Superman. En sus ratos de ocio es Clark
Kent, periodista de clase media que vive con la mujer de su vida y pronto le
pedirá matrimonio. Mantiene el sueño de la familia feliz de los años 40’ y garantiza
que el capitalismo estará a salvo de cualquier amenaza externa.
En esta otra (la gótica) tenemos al caballero oscuro, defensor de la propiedad privada. Ha perdido toda esperanza: sus padres han muerto asesinados por ladrones, dejándole apenas la fortuna, el mayordomo y el linaje de la dinastía Wayne. Tiene serios problemas sociales y, si bien las mujeres abundan, el amor le ha sido negado por un destino más triste. Batman lucha por salvar a la ciudad que, si bien está corrompida (incluyéndolo a él), funciona mejor así que bajo el honesto y terrible caos que proponen Bane, el Guasón y Gatúbela.
El primer rasgo de (pos)modernidad nace
precisamente en estos dos superhéroes cuya intersección parecía hasta ahora imposible.
Ya no hay que salvar a Gótica o a Metrópolis, el problema es mundial. De
pronto, Superman, al actuar como un ser humano (y salvar a su futura esposa) de
unos presuntos terroristas, se revela como la amenaza que siempre ha sido: un alien, un extranjero. Es ahí donde
comienza el conflicto: nadie puede actuar como ser humano sin serlo. Y si
pretende que así sea, entonces tendrá que morir, puesto que, a estas alturas de
la historia, esa es la única condición universalmente humana. En tal caso, no
queda otra que la retirada (volviendo a Eco: un mito con fecha de caducidad,
deja de ser un mito), ni cómo ser superhéroe en tiempos de reciclaje.
Vayamos por Batman, el humano. Hasta esta película, este héroe ha tenido como meta principal el respeto a la vida. Ese es precisamente el argumento que usa frente a Superman, quien aparenta indiferencia ante sendos genocidios a favor del orden mundial. Sin embargo, el caballero oscuro, para alcanzar al extranjero no escatima en sacrificios, haciendo de la persecución una contradicción inexplicable (“paradoja”, dirán los bienintencionados). Para vencerlo, necesitará además hacerlo vulnerable, por lo que decide robar la kriptonita. Su último sentido de héroe se derrumba: elimina a los guardianes e invade la propiedad privada, la vulnera en procura de asesinar a un asesino y salvar a las multitudes que podría asesinar por salvar a otros (¿Los “Otros”?). Todo principio se puede sacrificar por el bien común, rezan los superhéroes. Pero, en este preciso momento ¿el bien común de quién?
Finalmente, gracias al omnipotente complejo
de Edipo más fuerte que toda vocación y que toda ética (otro síntoma de las
generaciones actuales); estos dos
machitos terminan aliándose en contra de
el monstruo más grande, más poderoso, y más extraterrestre (pariente de
Superman) que se haya podido imaginar en el patio de un kindergarten.
¿El villano? un niñato con cierto poder político
que no tiene astucia, no tiene otra moral que la paranoia, delega las cosas sin
mucho tino, y básicamente, por ambición, desata algo que acaba fuera de sus
manos (¿les suena?).
Hasta aquí, nuestros dos superhéroes han
perdido todo lo que le daba sentido a su heroicidad. Deus es Machina: Aparecen las chicas para salvar el día. El
problema es que aparecen para eso, pero tampoco lo logran. Una raya más al tigre
de los años que corren: dos mujeres protagónicas que no hacen nada relevante.
La mujer maravilla, básicamente, se para al lado de Batman para darle apoyo moral mientras intenta acabar con el villano. Como Superman, ella es vulnerable ante el poder de su paisano el monstruo irreductible, así que (restando su desopilante armadura) cuenta con recursos limitados. Batman está herido y ocupado. La mejor (y la única) postora para ayudarlos ahora es Louis Lane. A ella no le afecta la Kriptonita, no tiene que distraer a ningún villano, y sabe donde está escondida el arma.
La mujer maravilla, básicamente, se para al lado de Batman para darle apoyo moral mientras intenta acabar con el villano. Como Superman, ella es vulnerable ante el poder de su paisano el monstruo irreductible, así que (restando su desopilante armadura) cuenta con recursos limitados. Batman está herido y ocupado. La mejor (y la única) postora para ayudarlos ahora es Louis Lane. A ella no le afecta la Kriptonita, no tiene que distraer a ningún villano, y sabe donde está escondida el arma.
El gesto final de este personaje podría ser un
postulado delicioso para ciertos sectores de los movimientos feministas actuales.
La reportera, que hasta ahora se ha mostrado valiente e implacable, se sumerge
en las aguas de lo desconocido, recoge el arma para acabar con el monstruoso alien, tiene todo a su favor… y de
pronto mira el arma y en el momento más crítico la arroja lejos de sí, por
amor. Quiere besar a Superman, como cualquier chica que merezca ese nombre allá
por 1934.
Todas estas vueltas tienen una finalidad muy
clara. Habrá una secuela: Louis tendrá el rol de esposa, la mujer maravilla
sigue siendo una maravilla que no puede superar al Héroe de fuerza y virilidad
sobrehumanas, Batman es el empresario altruista que garantizará el futuro. Como
en las primeras de James Bond, el que muere primero es el negro, el extranjero,
el otro. Su heroicidad radica, precisamente, en matar a sus iguales y sacrificarse
él mismo para mantener el orden de lo “humano”, lo que sea que esto signifique
a estas alturas de lo simbólico.
Superman fue, en los años cuarenta, el
inspirador de la milicia que luego iría a la segunda guerra mundial. Hoy, la
milicia es precisamente una legión de extranjeros bregando por el espejismo del
sueño americano, yendo a ganarse el arraigo a costa de enfrentar a otros
extranjeros. Acaso la sociedad que soñamos, tememos, añoramos, se parezca cada
vez más a la aniquilación. Habrá fanfarria, cañones, banderas con estrellitas.
Todo en su lugar.
(Publicado en la revista Piedra de Agua, Nº15)
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