El custodio, película ganadora del premio Alfred Bauer a la película más innovadora, se estrenó el pasado jueves en la cinemateca. Dirigida por Rodrigo Moreno, la película muestra la vida de Rubén, guardaespaldas del ministro de planeamiento.

En esta relación, los gestos son mínimos, específicos: no existen el ridículo ni la bofetada, todo se maneja en gestos sutiles, habituales. Durante la película, el custodio asume y ejerce su papel; el comportamiento profesional de Rubén es impecable, su invisibilidad le permite ser espectador de las escenas más íntimas y más cotidianas de la familia: las infidelidades, los actos de corrupción, las travesuras sexuales de la hija, las discusiones, las enfermedades, las siestas. Poco tiene que ver este personaje con la farándula y el glamour de la imagen del guardaespaldas norteamericano: Rubén, un hombre mayor, soltero, de contextura blanda y gruesa, es conducido por un auto que tiene un rosario en el retrovisor, habita un departamento estrecho y humilde, tiene una hermana enferma.
Tal vez, la innovación en cine latinoamericano más evidente sea precisamente la del silencio, de la acción por sobre el discurso en que una historia que se construye a partir de gestos: pequeñas situaciones, pistas que parecen cotidianas, insignificantes, construyen al personaje cuya acción se nos va volviendo lógica. Se trata pues, de contar una historia sin historia; captar los momentos más íntimos de una soledad inapelable y desplegarlos como naipes de la fatalidad; poner la mirada en la situación y ver en ella los rastros, las cicatrices, la forma precisa que tiene la realidad de un mundo en particular, una mirada donde “las-cosas-son-así”. El custodio no se queja, no festeja, no cuestiona verbalmente ninguna de las situaciones en las que se ve envuelto. La cámara, cuando no subjetiva, muy cercana a las más sutiles expresiones de Rubén, capta lo visible en lo más sutil de este hombre profundamente reprimido, cuyas relaciones son toscas y difíciles, que no manifiesta más de lo que asume.

de la ventana, desde donde la propia respiración es el sonido más recurrente. La apuesta de Moreno logra crear esta imagen sin traicionarla, no rompe el silencio, lo potencia, haciendo que gestos que parecen no tener una relación específica adopten el sentido del crescendo en el que Rubén habita su soledad, su silencio, hasta llevarlo al extremo de lo irreversible.
Una película hecha de sutilezas, de acciones, de réplicas en las que el espectador se olvida de la trama para tejer la imagen total, estremecedora, de un funcionario anónimo que persiste como muchos detrás de las bambalinas, al margen de la consabida historia de logros y merecimientos que no funcionan aquí bajo ningún sentido de jerarquía ni de justicia.
La película, de una manera magistral, se ocupa desde su ritmo lento y silencioso, de mostrar el conflicto y su crudeza desde la rutina más evidente: donde es posible una existencia como esta, lo trágico no es el acontecimiento, sino la realidad.
(publicado en cinemascine.net)
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