“Contiene
una mezcla de elementos muy inusuales y elementos muy comunes (…) lo
interesante surge del conjunto de las voces superpuestas”
(Alan
Curtis, acerca de Gesualdo)
Antonio Vera, crítico y profesor de literatura, visitante
borroso y constante de los escenarios paceños, decide intentar desprenderse de sus obsesiones críticas para sumergirse en la cruda intemperie de una literatura sin asideros. Si lo ha conseguido o no, deberá decidirlo el lector. De momento, presenta su primera novela Tampoco es sudoku junto a los talleres perra gráfica.
Nos enfrentamos a la historia de un enigma, a la manera más
clásica de nuestras novelas queridas: un homicidio. Sin embargo, el misterio
que en un momento parece ser un reto, acaso un hilo conductor, se difumina, se
disgrega, contamina todo el libro: tenemos un asesinato sin cuerpo, una víctima
sin nombre (o cuyo nombre, al mismo efecto, es X) ningún asesino aparente y un
investigador involuntario. Una novela de intriga en la que la búsqueda,
el borrador, el intento, van conformando un trayecto que no se mueve precisamente
por líneas, sino más bien por estratos, una encima de otra, como los juegos de
sudoku que juega uno de los personajes recluido en un manicomnio, sin borrar
los borradores .
Recorridos que no son precisamente caminos, “tampoco es
sudoku” dice el autor, no se trata de una línea que nos obligue a un resultado,
no se trata de resolver, sino de buscar. El lector entonces, transita su propia
intriga por distintas vías. En el libro se superponen las anécdotas, los
escenarios diversos, las situaciones fuera de lugar. En el intento, se recorre
palmo a palmo una ciudad que, en palabras del autor “abre una herida
deseante en el que la transita, una herida que te obliga a buscar, a husmear, a
sumergirte en la experiencia, por más oscura y sórdida que ésta sea.”
Historias sueltas, pistas falsas, disfraces cuya máscara
esconde a la vez otro disfraz, nos llevan por lugares desolados, salvajes, a la
vez cotidianos y difusos. Así conocemos la casa de un guerrillero en medio del
monte, una fiesta de prostitutas hirviendo a las 6 de la mañana en algún
tugurio paceño y el living de un seudointelectual con el “ambiguo y bien remunerado
oficio de consultor”. Las historias, sin tocarse, suceden simultáneamente,
acontecen sin ser afectadas por las visita de este investigador que va errante
a merced del azar.
Tal vez no se trata entonces de historias como trayectos,
sino acaso una serie encuentros aleatorios; sucesos aparentemente fútiles en un
momento cualquiera de la vida de alguien, que nos permiten ver condensada toda
su historia: toda su fragilidad. Tal vez sea eso lo que propicia que personajes
tan disímiles logren en algún momento convertirse en entrañables: eso que
apenas atisba en algún lugar de sus cicatrices, lo que no logramos nunca saber
de ellos, pero que se nos presenta en toda su crudeza.
De encuentro en encuentro vamos conociendo a los personajes entrevistados
y, al mismo tiempo, al esquivo fantasma de X. Junto a estas historias encontramos
además las de los manuscritos del desaparecido: historias heroicas, absurdas,
bocetos incompletos, apuntes a la mitad, siempre sorprendentes, equivalentes,
sin dejar por ello de ser contradictorios.
Tiempos fragmentarios, consecutivos pero desgajados uno de
otro, obedecen también a una situación familiar a nuestro ámbito local: la
borrachera, a resaca, los dolores, la memoria ambigua, hacen aún más impreciso
el escenario en que estos trayectos se van superponiendo. En medio de todo, nos
queda la mirada del narrador, su recorrido por los distintos espacios sin
juzgarlos, acaso la última trampa de un policial sin acertijos: un investigador
que no interpreta, que no tiene la necesidad de llegar a una conclusión. Algo entonces de todos
estos estratos construyen ese desamparo, esa mezcla de recuerdos y situaciones
en los que, de alguna manera, a pesar de ser el protagonista, se escapan de las
manos del narrador, pues van más allá de sus posibilidades, de su
entendimiento. Acaso, como menciona Vera en una entrevista, nuestro narrador trata
también de ir poco a poco arraigándose
sin perder esa constante sensación de desarraigo.
Tal vez esa sea, entre todas, la más entrañable historia, la
que nos enfrenta a esa sensación de visita por una era bullente e
incomprensible, a una ciudad que transitamos sin habitar, acaso pretendiendo
casualmente descifrar aquello que, de cualquier modo, nos es ajeno e impenetrable.
“Lo que queda es algo irreconocible, que ya no sabe qué es”. Fiel a su propia naturaleza, Tampoco es Sudoku se encuentra
actualmente agotada, dejando a los lectores en suspenso, a la espera de una
decisión editorial que permita su pronta difusión masiva. Sin embargo, anda
encontrando también sus propios caminos, escondida en esos meandros entre
literatura y realidad por donde se cuela casualmente en las bibliotecas de fisgones
y aficionados (afortunada, entre ellos, quien escribe). Hasta entonces,
curiosidad y paciencia.
(Publicado en la revista "Piedra de agua" Número 7)
(Publicado en la revista "Piedra de agua" Número 7)
Totalmente de acuerdo con eso de "borroso personaje". Gracias. Abrazo
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