1 sept 2014

Mariposa nocturna -y otros cuentos-

Mariposa Nocturna –y otros cuentos- es la muestra del VII Concurso Nacional de Cuento Adela Zamudio, versión 2013.  Este concurso se convoca en la ciudad de Cochabamba desde el 2006 y se realiza para apoyar la difusión de escritores de mucha o poca trayectoria, promoviendo la producción literaria en nuestro medio. En esta oportunidad, los jurados del concurso fueron Jackelinne Mejía (gestora cultural),  David Mondaca (escritor y director de teatro) y los escritores Miguel Esquirol, Mariana Ruiz,  y Giovanna Rivero.
El libro, formado por 6 cuentos, incluye los textos finalistas del concurso, escritos por Rodrigo Delgado, Eunis Carla Mamani, Aldo Medinaceli, Claudia Andrea Michel y Teresa Contanza Rodríguez.  El relato ganador pertenece Rodrigo Urquiola, quien ya había sido finalista en anteriores versiones, en las que fueron publicados sus cuentos Conversación en el desierto (2011) y La montaña enterrada (2012).
Al leer el libro, salta a la vista la presencia  de estilos, propuestas y estéticas completamente disímiles. Lejos de ser una desventaja (salvo, tal vez, para el jurado) esta variedad da cuenta de una época en que las voces se multiplican, relatan una historia desde sí mismas  planteando su propia experiencia, sin dejar por ello, de hacerlo desde  una mirada  abiertamente boliviana.
Tal vez, una de las marcas de época más claras en todos los relatos es la definitiva fragmentación del tiempo: la circularidad casi espiralada de Mariposa nocturna, contrasta con las fragmentadas escenas del cuento policial La desaparición de Saturnino Paxi, y las dilatadas escenas en Los Versos Avernales de los Dioses Internos lo que llega a un extremo inesperado en el relato subjetivo de una psicótica en Presa del instante. No existe pues, en el libro como en la realidad, una historia que comience en un punto para dirigirse lineal e ininterrumpidamente a otro. El lector se enfrenta a los vacíos, los gestos silenciosos, el misterio,  la angustiosa mirada de quien se descubre espiando una vida que, a la escritura como al lector, le es ajena; por lo que no siempre serán resueltas todas las astillas que ese silencio carga en su fragmentación.
Sin embargo, los lugares visitados no son extraños ni abstractos, sino, por el contrario, pertenecen a la cotidianidad del ámbito boliviano, espacios familiares, cercanos, locales.  Estos, aun cuando describen montañas inmensas, dan cuenta de experiencias mínimas, casi inadvertidas en su trascendental y única forma de ser íntimas: algo que sucede una tarde bajo el naranjal de una anciana o en un cine de barrio, en la puerta de un colegio o en la de la casa de una abuelita, igual a cualquier abuelita, que recibe a sus nietos después de una escena de violencia familiar, acaso más cotidiana en nuestro entorno de lo que cualquiera de nosotros desearía.  Y es que el misterio, lo silencioso, no están exentos del día a día, de lo común, de lo que a diario, frente a nosotros, transcurre a nuestra costa y a nuestro pesar. Grandes historias implican entonces situaciones elementales, ficciones cercanas a la crónica donde lo extraordinario es lo que sucede todo el tiempo: así la historia de un guardia de seguridad, la de un poeta digno del paraninfo de la UMSA, la de un funcionario anónimo perdido en el laberinto de un caserón burocrático y clandestino, la de un cocinero de comida criolla con problemas conyugales, la de una viejita y su empleada, la de dos amigos de barrio que se juntan, acaso acorralados por su propia soledad.
Es a través de estas historias que se despliegan también los lenguajes, la propuesta única y definida de cada uno de estos escritores (en ciernes y no tanto) que se atreven a explorar caminos conocidos con pasos nuevos: Junto al extremo simbolismo de la historia del Cóndor de los Andes, la historia austera e intimista (diré intentando esquivar el odioso adjetivo “cortazariana”) de dos amigos circunstanciales; y al lado de la introspección barroca a un conventillo que vive de sí mismo, el brutal monólogo interior de una asesina en serie.

Si bien los concursos no son, necesariamente, una muestra completa de lo que significa la escritura de un momento en la historia, nos pueden mostrar en cambio qué es lo que de un pasado se ha quedado resonando, mostrar ciertos síntomas que el lenguaje permea, hacer de ciertas promesas y ciertas nostalgias la manifestación de una experiencia en particular. Habrá que pensar entonces, más allá de criticar como quien hace con un concurso de miss universo, qué de esta pluralidad y de esta intimidad que bulle caótica en nuestro lenguaje cotidiano nos ayuda a entender un poco más de hacia dónde se dirige nuestro propio discurso.

(Publicado en la revista "Piedra de Agua" Nº6)

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