Mariposa Nocturna –y otros
cuentos- es la muestra del VII Concurso Nacional de
Cuento Adela Zamudio, versión 2013.
Este concurso se convoca en la ciudad de Cochabamba desde el 2006 y se
realiza para apoyar la difusión de escritores de mucha o poca trayectoria,
promoviendo la producción literaria en nuestro medio. En esta oportunidad, los
jurados del concurso fueron Jackelinne Mejía (gestora cultural), David Mondaca (escritor y director de teatro)
y los escritores Miguel Esquirol, Mariana Ruiz, y Giovanna Rivero.
El libro, formado por 6 cuentos, incluye los textos finalistas del
concurso, escritos por Rodrigo Delgado, Eunis Carla Mamani, Aldo Medinaceli,
Claudia Andrea Michel y Teresa Contanza Rodríguez. El relato ganador pertenece Rodrigo Urquiola,
quien ya había sido finalista en anteriores versiones, en las que fueron
publicados sus cuentos Conversación en el
desierto (2011) y La montaña
enterrada (2012).
Al leer el libro, salta a la vista la presencia de estilos, propuestas y estéticas
completamente disímiles. Lejos de ser una desventaja (salvo, tal vez, para el
jurado) esta variedad da cuenta de una época en que las voces se multiplican,
relatan una historia desde sí mismas planteando su propia experiencia, sin dejar
por ello, de hacerlo desde una
mirada abiertamente boliviana.
Tal vez, una de las marcas de época más claras en todos los relatos
es la definitiva fragmentación del tiempo: la circularidad casi espiralada de Mariposa nocturna, contrasta con las
fragmentadas escenas del cuento policial La
desaparición de Saturnino Paxi, y las dilatadas escenas en Los Versos Avernales de los Dioses Internos
lo que llega a un extremo inesperado en el relato subjetivo de una psicótica en
Presa del instante. No existe pues,
en el libro como en la realidad, una historia que comience en un punto para
dirigirse lineal e ininterrumpidamente a otro. El lector se enfrenta a los
vacíos, los gestos silenciosos, el misterio, la angustiosa mirada de quien se descubre
espiando una vida que, a la escritura como al lector, le es ajena; por lo que
no siempre serán resueltas todas las astillas que ese silencio carga en su
fragmentación.
Sin embargo, los lugares visitados no son
extraños ni abstractos, sino, por el contrario, pertenecen a la cotidianidad del
ámbito boliviano, espacios familiares, cercanos, locales. Estos, aun cuando describen montañas inmensas,
dan cuenta de experiencias mínimas, casi inadvertidas en su trascendental y
única forma de ser íntimas: algo que sucede una tarde bajo el naranjal de una
anciana o en un cine de barrio, en la puerta de un colegio o en la de la casa
de una abuelita, igual a cualquier abuelita, que recibe a sus nietos después de
una escena de violencia familiar, acaso más cotidiana en nuestro entorno de lo
que cualquiera de nosotros desearía. Y
es que el misterio, lo silencioso, no están exentos del día a día, de lo común,
de lo que a diario, frente a nosotros, transcurre a nuestra costa y a nuestro pesar.
Grandes historias implican entonces situaciones elementales, ficciones cercanas
a la crónica donde lo extraordinario es lo que sucede todo el tiempo: así la
historia de un guardia de seguridad, la de un poeta digno del paraninfo de la
UMSA, la de un funcionario anónimo perdido en el laberinto de un caserón
burocrático y clandestino, la de un cocinero de comida criolla con problemas
conyugales, la de una viejita y su empleada, la de dos amigos de barrio que se
juntan, acaso acorralados por su propia soledad.
Es a través de estas historias que se
despliegan también los lenguajes, la propuesta única y definida de cada uno de
estos escritores (en ciernes y no tanto) que se atreven a explorar caminos
conocidos con pasos nuevos: Junto al extremo simbolismo de la historia del
Cóndor de los Andes, la historia austera e intimista (diré intentando esquivar
el odioso adjetivo “cortazariana”) de dos amigos circunstanciales; y al lado de
la introspección barroca a un conventillo que vive de sí mismo, el brutal
monólogo interior de una asesina en serie.
Si bien los concursos no son,
necesariamente, una muestra completa de lo que significa la escritura de un
momento en la historia, nos pueden mostrar en cambio qué es lo que de un pasado
se ha quedado resonando, mostrar ciertos síntomas que el lenguaje permea, hacer
de ciertas promesas y ciertas nostalgias la manifestación de una experiencia en
particular. Habrá que pensar entonces, más allá de criticar como quien hace con
un concurso de miss universo, qué de esta pluralidad y de esta intimidad que
bulle caótica en nuestro lenguaje cotidiano nos ayuda a entender un poco más de
hacia dónde se dirige nuestro propio discurso.
(Publicado en la revista "Piedra de Agua" Nº6)
(Publicado en la revista "Piedra de Agua" Nº6)
No hay comentarios:
Publicar un comentario