10 may 2011

Elisa en el espejo

¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,  
cuando en aqueste valle al fresco viento

andábamos cogiendo tiernas flores,
que había de ver, con largo apartamiento,
venir el triste y solitario día
que diese amargo fin a mis amores?


Primera y última visión: un camino hacia un valle, mucho espacio vacío, silencio detenido intencionalmente en la atmósfera en que Saura decide insertarnos: imágenes intercaladas, casi teatrales, entre los sucesos y sus posibles significados; donde sueños, deseos y recuerdos se intercalan con las historias de la “realidad” multiplicando posibles lecturas de esta película. El cuadro casi pictórico es roto por la aparición de un auto en el que llega Elisa, mientras un narrador cuenta en primera persona que ella ha llegado a ver a su padre enfermo. A partir de este momento la intriga comienza a operar lugares ocultos. Es imposible calificar esta película como psicologista o existencialista, pero obviar cualquiera de estos dos elementos sería traicionar su sentido.
Entre los varios niveles que contiene esta obra compleja, uno de las más evidentes es la relación entre Elisa y Luis, su padre. Parto de nuestra primera pista: la voz en off. No es la voz de Elisa la que cuenta su historia, sino la de su padre, quien relata los más profundos secretos de esta mujer que acaba de decidir no volver más a casa; donde las historias se mezclan y se reflejan para hacerse la misma: Luis habla de cómo se siente ella (la primera persona es específica y femenina) pero ha sido él en primera instancia quien abandonó a su familia cuando Elisa era apenas una niña. Padre e hija, compartiendo un mismo espacio, están a punto de dejar la vida como la conocen para enfrentarse a lo incierto. Elisa se convierte al mismo tiempo en ella y en Luis, lee su propia historia a escondidas con la fascinación de quien espía y se enamora de lo que no debe, pensando que huye, se somete más que nunca a la ley del padre, a su mirada. 
Otro espejo de la fatalidad adviene entonces al formarse la historia entre Elisa y su esposo al que está en trance de abandonar, luego de que él la traicionara con su mejor amiga. Es una conversación intensa empañada por el reflejo del cielo segoviano en los vidrios del auto: ella tiene una idea de su marido, él tiene su propia versión de Elisa, los espejos se rompen, la felicidad fingida desaparece. Esta coincidencia se convierte entonces en un reverso de la historia de Elisa y su padre, donde lo edípico resurge apenas ella se libera del marido. Una de las tantas imágenes “intercaladas” sugiere que ella  tiene relaciones sexuales padre, terminando de fusionar ambas imágenes: Elisa ama a ese narrador de sí misma y se funde con él, hace el amor con ella misma; una vez más, el otro desaparece.   
Finalmente, Elisa comienza a escribir ya con su propia voz: el espejo donde las imágenes se funden deja de ser espejo y la narradora es ella misma contando su historia que es al mismo tiempo la de Luis, donde se relata la muerte del otro, la muerte del amor, que es igual a la muerte de la propia Elisa: un crimen que está en el propio aniquilamiento, la imagen de alguien que arranca flores y las deja en su propia tumba.  


Ecos de la visión más griega del destino, la vida y la muerte se pueden extraer de esta película pensada con recursos absolutamente contemporáneos. Una historia de múltiples aristas que pueden tocar lugares insospechados si nos permitimos mirarla sin prejuicios y con atención en los detalles. 

(publicado en www.cinemascine.net)

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