5 may 2011

Felices Para Siempre

Para hablar del último Shrek, habrá que remitirse al final de todo el proceso que supuso la aparición de este ogro. Shrek comienza como una rebeldía contra todos los cuentos de hadas al estilo de  Walt Disney, cuya épica fue la marca de una generación segura de que lo bueno y lo malo no son objetos intercambiables, de que heroísmo y amor son inamovibles y exigen un comportamiento intachable, de una nobleza que implica desde habilidad hasta astucia.
Desde su aparición, Shrek ha tenido a su favor la utilización del sarcasmo como mecanismo de humor: son indispensables las ocurrencias, las reacciones obvias en el momento preciso, las bromas inmediatas construidas sobre detalles de cada personaje y su historia. Astutamente, una princesa desabrida y con serios problemas de elegancia, es salvada de su hechizo para convertirse en una ogra sexy de fuerza descomunal. El héroe: un ogro verde, apestoso y aterrador, su corcel es un burro cuya única habilidad es la palabra y  su escudero (desde la segunda película), el Gato con Botas que, si recordamos el cuento, tiene la misma única cualidad.

Hay en esta saga algo inapreciable en cuanto a la rebeldía frente a esa épica inicial: los personajes son lo contrario de un héroe, carecen de nobleza, caballerosidad y belleza, sus habilidades están limitadas por su físico, hacen “maldades”, se pelean unos con otros, buenos y malos se confunden, se asustan, se equivocan. Sin embargo, a lo largo de la saga se  recupera (en esta última, de manera explícita) otra épica, lo que nuevamente la inserta junto a tantas otras películas de animación. Ya desde la tercera película Shrek forma parte de “los buenos”: lo que al principio parece una trasgresión vuelve a su curso y el ogro acaba luchando contra “los malos” de los cuentos de hadas, que terminan una vez más sin poder reivindicar heridas viejas, exactamente donde los había dejado Walt Disney.
En su última versión, luego de rescatar a la princesa, convertirla en ogra con un beso de amor y superar al príncipe encantador, un ogro que es rey, padre de tres hijos, esposo amado que “tiene todo”, quiere volver a ser un ogro…en todo el sentido de la palabra. Engañado por Rumpelstinskin (duende ya conocido por sus caros favores), le cede el reino de Muy muy lejano, cambiando para siempre su destino. Fiona es una revolucionaria decepcionada, Burro no lo conoce, el Gato con Botas ha perdido las botas, la agilidad, diríase la astucia. 
La épica se plantea de entrada: Shrek tiene un tiempo determinado para recuperar su vida, con todo en contra. El ogro del primer capítulo se ha convertido en un norteamericano promedio, el cuento de hadas del que tiene que estar a la altura es la familia, los amigos, el hogar. Una vez más son “los malos” guiados por un tiránico enanito (como en la primera cinta) quienes quieren quitarle el reino y la paz a Shrek, cuyo error es desear momentáneamente no vivir el cuento de hadas de la familia americana feliz.
Al ser la última película de la saga, mucho de su sentido

se establece sobre una nostalgia de las anteriores versiones: se visitan los mismos lugares, los mismos encuentros realizados de manera distinta, se citan versiones anteriores que pueden o no tener efecto en los personajes. 
Shrek termina la saga con broche de oro, todo vuelve a su orden: no hay nada como el hogar. Se trata pues de una rebeldía fallida, en la que esta última entrega (con recursos narrativos y tecnológicos más elaborados) nos devuelve la idea con la que soñábamos vestidas de rosa y con sandalias de Xuxa: el amor, el reino, la nobleza hay que merecerlos y cultivarlos, luchar contra los monstruos propios y ajenos para ganársela.
Sin embargo, cabe pensar que tal vez sea la rebeldía como hecho y no la película en sí la que ha cambiado de instrumentos. Preguntarse qué del siglo que empieza, desde el primer Shrek (2001) hasta hoy, necesita de esa épica como ficción, qué necesidades han vuelto a ser imperativas, por qué (y para esto bastaría remitirse a las últimas películas de animación en general) una vez más el héroe necesita recuperar su lugar, sortear adversidades, volver a creer en el amor, en el bien y el mal, en la lección aprendida. Para muchos una mera cuestión comercial, lo cual no anula, sino que amplía la pregunta que una vez respondida nos hará fácil decidir si ver o no este final, y si considerarlo como un broche de oro o como un fracaso en su rebeldía, en su nostalgia.
(Publicado en cinemascine.net)

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