8 sept 2011

Acerca de "Te doy mis ojos"


Hablar de violencia es siempre difícil. La palabra misma destila la presencia de víctimas y victimarios, de agravio y necesidad de justicia, de reivindicación. Al lector que se crea al margen le bastará con recordar por unos segundos algún episodio en que haya sido víctima de violencia. Es por eso que esta magistral película de Inclaír Bollaín consigue inquietar a cualquier espectador.

La película, menciona la directora, parte de la curiosidad acerca de por qué ciertas mujeres son capaces de mantenerse diez años o más con parejas que las maltratan. Astutamente, una cámara íntima y casi subjetiva acompaña a los dos personajes principales: Pilar (Laia Marull) que acaba de huir aterrada de casa con su hijo, y Antonio (Luis Tosán), su esposo. Evitando casi por completo las escenas explícitas de violencia, la historia se centra en sus efectos, en lo que se rompe en el camino, en el terror irreversible que producen ciertas acciones, en el silencio de un niño que casi no habla durante toda la película y la impotencia de una familia (la de ella) que rodea el conflicto sin poder comprenderlo ni menos aún solucionarlo.

Si bien es una historia de amor sin maniqueísmos, tampoco se trata del morbo de quien goza de la agresión (la típica fantasía de la mujer enamorada de su verdugo) sino de algo más profundo, más cotidiano, desde un realismo prosaico, de algo mucho más honesto. Múltiples matices rodean la historia de esta pareja. Se trata sin duda de dos personas que se han casado enamoradas y todavía lo están, y sin embargo, no pueden estar juntas porque no se lo permiten mutuamente.


Sutilmente, a partir de gestos y situaciones escogidas de una historia completamente verosímil, vemos cómo el miedo puede anular a alguien por completo. Como dice Simone Weill “la fuerza es lo que hace de quienquiera que le esté sometido una cosa”. Lo que Pilar abandona, esconde, trata de explicar en vano, se convierte en su propia identidad cuando finalmente decide: “Tengo que verme, no sé quién soy”. Antonio, un hombre despreciable a primera vista, capaz de anular a otra persona, por su parte decide hacer algo al respecto, busca ayuda, comienza a tratar de evitar lastimar a su esposa: vemos en él a un hombre desesperado, aterrado por la idea de quedarse sin la mujer que ama, buscando una manera de salvar lo que parece ya haber perdido.

Como en todos los casos, para poder ver al otro cada uno lucha contra sí mismo: Antonio debe hacerlo con una ira acumulada (y completamente comprensible) contra su entorno que frente a su mujer se torna incontrolable, debe cambiar su sentido común que no excluye la violencia cotidiana, superar la imposibilidad de reconocer que se ha equivocado. Pilar (y aquí otro acierto de la película) como reconoce acusando a su madre, deberá luchar contra esa imagen que quiere y no puede sostener de la esposa perfecta, la amante incondicional que no disfruta pero enarbola como una bandera “su vida de mártir”.



Se trata pues de una película íntima, subjetiva y franca que usa una vez más dos de nuestros tópicos favoritos: el amor y la violencia. Además se da el lujo de tocar un tema de innegable relevancia social y obligarnos a reflexionar sobre él desde lo más habitual. Sólo en lo que va de este año, en España han muerto (oficialmente) 36 mujeres víctimas de la violencia doméstica. Y sabemos perfectamente que no es un problema aislado. Algo tiene que cambiar en nuestra forma de concebir la realidad, de juzgarla, de comprenderla; y esa, entre muchas que corresponden a la definición del arte, es una de las razones que hacen a esta película indispensable.

http://www.youtube.com/watch?v=AS6-roHk-WQ


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