“Un idioma
cambiante para cosas cambiantes”
Auden, 1929
Corre mayo del 2015. Con la herida reciente de una pérdida en común,
más silenciosos que otras veces, nos sentamos a tomar una cerveza en el café de
costumbre, y poco a poco la conversación se aligera: escuchamos un par de
canciones, un par de chistes, nos ponemos al día de los últimos eventos. "Te
cuento que me metí en una travesura", dice mirando su chela como si me
hablara del clima, "he escrito una novela". Lo demás es imaginable. Y
aquí me tienen, agradecida y a un par de mesesitos de distancia, con la feliz
tarea de presentarla.
Yendo a lo que vinimos.
La novela comienza con una mujer, sin edad definida, en el momento
clave en el que emprende un viaje urgente, una mujer que anda huyendo o en
busca de algo, que en ambos casos parece ser ella misma. Todo indica que pronto
sabremos a dónde va, de dónde viene, sus medidas, su fisonomía, y estaremos
prontos a juzgar si estamos de acuerdo con ella. Pero es una trampa. El momento
en que la encontramos no es, como podría deducirse en primera instancia, un
acertijo sobre el que desplegaremos el pasado y el futuro de una historia
lineal a partir de pedacitos dispersos.
Se trata mas bien de transitar. Comenzar intuyendo esa trillada road movie de superación, que de pronto
se interrumpe en medio camino, desbaratada por la ironía de la propia
protagonista para convertirse en algo completamente distinto. Pasar entonces
por la novela escuchando el ruido de un par de rueditas de maleta, y resignarse
a viajar hacia un lugar incierto, cuando el destino es el viaje en sí mismo. Benjamín escoge para su libro un tono breve y contemplativo.
Sin embargo, esta contemplación nada tiene que ver con la quietud. La novela discurre
precisamente sobre aquello que escapa a toda contemplación: el movimiento hilaron y constante, acaso, como aquel paisaje que ondula “suavemente como un líquido petrificado en el instante en que lo acariciara
una brisa glacial.”
El lenguaje de esta mujer, que oscila entre un humor fresco y
elegante y ciertas referencias que nos delatan a una inevitable lectora, no
trata de dibujar un personaje más allá del que se muestra desde las primeras
páginas: no es una información concentrada, sino una imagen, (¿por qué no?)
cinematográfica cuya cinta corre junto a nuestra mirada de lectores, que la acompaña
de manera fluida sin evitar por ello la intriga, como esa maletita “dispuesta a que la llevase, o quizás sea mejor decir que estaba dispuesta a
lo que viniese.”
Al paso de sus pies incansables vamos conociendo a esta mujer,
acompañamos su paso silencioso por el abismal laberinto de una intemperie
invariable, paisaje andino donde se confunden los puntos cardinales y los de la
memoria, que es apenas un celaje dentro de una percepción consciente y
constante, de una voluntad que jala, conduce y guía la lectura hacia lugares
que ella misma desconoce. Con el paso de las hojas vamos conociendo y
encariñándonos con esta mujer que, abrigada en lo más dulce de la empatía, deja
de ser un personaje a descifrar y se convierte en una situación, un permanente
presente que acompañar en un momento de bisagra.
Si
queremos recrear el viaje, trazar un itinerario, el único posible será el de la
percepción de esta mujer en cuyos sueños, recuerdos sueltos e ideas nos hemos
ido ovillando a través de páginas siempre en camino, siempre en mutación.
En medio de aquel desamparo, que es a la vez una ignorada afirmación de su
propia fuerza, nuestra narradora conoce distintos personajes. Muchos encuentros
breves de hostilidad intrascendente. Los más, de amabilidad y acogimiento en
momentos cuya intimidad es siempre aquella de los desconocidos, donde el
encuentro no se realiza en la palabra, en el tacto, sino apenas en la mirada. El
guardia de la tranca, Doña Ana y su comadre, el evangelista, los dos Aparicios…
apariciones en medio del camino que la salvan de una indefensión ante lo enorme
del paisaje, pero no así de su inevitable soledad, que ella vive con esa
honestidad que trae la presencia constante de un pensamiento que nunca se
estanca.
En el camino, como suele pasar, esta mujer encuentra múltiples respuestas.
Pero tampoco se trata de un relato heroico, y así las respuestas no son escuchadas o
comprendidas, se llevan apenas como un amuleto, como un hilo suelto que podrá o
no ser hilado en un futuro que nuestra mirada desconoce. Habitante de ese
vacío, mirando de frente ese abismo que puede ser el cielo desde las montañas, en
la totalidad que conforma como quien no lo sabe, nuestra narradora no se
detiene en soluciones simples, no se enfrasca en respuestas aliviadoras ni se
regodea en un dolor que, tanto los lectores como las personas que conoce en el
camino, intuimos apenas.
En
este encuentro, además de las personas, o mas bien, en ellas, están los patos. Los
patos que le dan título y sentido al libro. De seguro hay más, pero son tres las
lagunas encontradas en este tránsito inicial de lectura. Los patos de Doña Ana,
los de Auden y los de Rilke, brevemente constelados en su actitud de patos. Me
explico:
Al
llegar al primer pueblito, anoticiada de un bloqueo, la protagonista cae en
custodia de Doña Ana, que, en su enorme hábitat surtido de animales, convive
con y vive de ellos.
Pero nada era comparable al escándalo que armaban los patos. Eran muchos y
tenían para sí una especie de playa privada en medio de aquel patio bíblico,
desde donde se zambullían en su propia laguna. Y ese era todo su universo. Un
poco de agua estancada en medio de una confusión mayor.
Son los mismos patos, que en el epílogo hipotético, observa Rilke desde
la cita escogida por el autor:
Los astutos animales advierten ya que no estamos
muy confiados y como en casa en el mundo interpretado.
Finalmente los de Auden ,
Reclinado en un
parapeto de la bahía,
Mirando una
colonia de patos más abajo
Recostarse,
atildarse y dormir en pilares
O remar muy
derechos en el agua irisada,
Atrapando al azar una brizna que pasa.
Les parece que el
sol es lujo suficiente,
La sombra no
conocen del extranjero nostálgico
Ni la ansiedad del
crecimiento interrumpido.
Los fragmentos hablan por sí solos. Los patos se
manifiestan, entonces, en esa actitud tan humana, tan limitada a su propio
escándalo, donde ignorar no es un atributo de simple ignorancia, sino de deliberada
indiferencia, limitada al espacio de la propia realidad, de la propia mente,
acaso del transitar único que cada personaje tiene en su irrebatible
protagonismo. Algo en esa indiferencia, ilumina el momento de toda la novela.
La quietud y el aisalmiento en una circunstancia histórica definitiva.
Definitiva en los libros de historia, en los cambios de momento, como en la
vida de nuestra protagonista que, como un pato más, se deja transcurrir, impulsada
por sus propias ruedas de maletita de viaje, ajena a todo lo que la rodea y la
sobrepasa.
Sin duda una novela que todavía dará
mucho por decir. Agradecida por la alegría de poder estrenarla, los invito a
conocerla, a descubrirla, a emprender ese camino en procura, quién sabe, si de
huir o de encontrarse.
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